miércoles, 1 de noviembre de 2017

Tchaikovsky y el amor traducido en música

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escuché el lago de los cisnes de Tchaikovsky de principio a fin. Desde que descubrí esta partitura en mi adolescencia, he quedado fascinado por el carisma de sus danzas, la originalidad de la orquestación, y aún más, por el sentido trágico de la narración sinfónica. El fin de semana me inundaron las ganas de escucharla nuevamente y aproveché la mañana del domingo para perderme con esas melodías que conozco, aún, de memoria.
El lago de los cisnes es una de las obras más reconocidas y reconocibles del compositor, siendo el vals, la danza de los pequeños cisnes y el “leitmotiv” o tema del cisne: canciones que están ya fijadas en la conciencia colectiva. Sin embargo, más allá de la popularidad de la obra, la música del lago de los cisnes refleja de manera narrativa la tragedia de un amor prohibido y la fragilidad de un amor idealizado, conceptos bastante comunes en las partituras de Tchaikovsky, que resuenan muy íntimamente en la sensibilidad de cada uno de los oyentes.




Quizás el ejemplo más representativo de tragedia en música programática está en la obra que catapultó la popularidad del compositor en Rusia en 1869, la obertura-fantasía Romeo y Julieta. No creo que exista hoy en día alguien que no esté familiarizado con el argumento de la obra Shakespeariana, pero pocos conocen la tragedia detrás de la composición de esta obra. Tchaikovsky era al momento profesor en el conservatorio de Moscú, tras el recibimiento aprobatorio de su obertura Destino, que es otro tema recurrente en las obras tchaikovskianas, el compositor Mili Balakirev lo alentó para componer una obertura sobre la tragedia de Shakespeare. La estructura de la obertura alterna tres temas principales: la reflexión de Fray Lorenzo, la rivalidad de los Capuletos y Montescos y finalmente, el tema de amor. De carácter programático, es fácil sumergirse en la historia al escuchar esta obra, pero es inimitable el efecto orgásmico del clímax del tema de amor. Al tiempo de la composición de esta obra, Tchaikovsky mantenía una relación secreta con un estudiante suyo, Eduard Sack. La obertura es un poema de amor para él, quien fuera, admitió Tchaikovksy años más tarde, a quien más ha amado. Lamentablemente el paralelismo del amor secreto también coincidió con un final trágico. Sack se quitó la vida 4 años más tarde, dejando un tormentoso sentimiento de culpabilidad en Tchaikovsky que no lo dejaría jamás.


Los temas de amor trágico y destino aparecen una y otra vez en las obras de Tchaikovsky, guardando siempre un estrecho vínculo con eventos de su propia vida. La obertura Hamlet, la ópera Pikovaya dama y en especial la obertura Francesca di Rimini, basada en un pasaje de la Divina Comedia de Dante, son magníficos exponentes de la fórmula tchaikovskiana. La obertura ulterior nos introduce en los fuegos perpetuos del infierno, donde Dante encuentra a Francesca, quien narra cómo fue condenada al infierno por su amor adúltero. Al igual que Romeo y Julieta, los temas contrastantes dan fuerza al momento climático, discutiblemente, de manera aún más acertada que en otras obras.


En cuanto al paralelismo en la biografía del compositor vinculada a sus obras, el ejemplo más relevante ocurrió años más tarde, durante la composición de la ópera Eugenio Oneguin. En el primer acto, Tatyana, consumida en una pasión desbordante, escribe una carta a Oneguin, a quien acaba de conocer, pero que reconoce como aquél que el destino ha prometido. En una de las escenas más íntimas de la historia de la ópera, el efecto magnético de la música y las acertadas confesiones de Tatyana, nos permiten revisitar esos momentos de descubrimiento del amor, del entusiasmo ciego por una persona completamente idealizada, que alguna vez, nos hizo perder la cabeza. Poco antes de estrenarse la ópera, el mismo compositor recibió una carta, una confesión apasionada de amor. La carta venía de una antigua alumna suya, Antonina Miliukova. Ferviente creyente del destino, Tchaikovsky aceptó la carta como una señal para finalmente casarse, y acallar los acertados rumores de su homosexualidad. No cabe duda de que el matrimonio fue un desastre, y que solo dos meses más tarde se separaron para siempre.


Luego, Tchaikovsky realizó varios viajes para recuperarse del fallido matrimonio. Fue poco después que compuso una de sus obras cumbres, el concierto para violín y orquesta. Inspirado por la sinfonía española de Eduardo Lalo recientemente estrenada, y por el reencuentro con el violinista Iosif Kotek, a quién dedicó un vals-scherzo poco antes de comenzar la composición del concierto y con quién comenzó un nuevo romance. En palabras de un amigo mío, el primer movimiento del concierto se siente exactamente como cuando se está enamorado. Quizás haya llegado hacer Tchaikovsky, finalmente, la paz con sus sentimientos, y tan solo dejarlos fluir sin excusas ni pretensiones, pero en tan solo 5 días el primer movimiento estaba terminado.

Por muchos años ha sido Tchaikovsky para mi, un refugio seguro para explorar sentimientos a los cuáles no podía enfrentar directamente. Pero nunca he disfrutado tanto de Tchaikovsky como ahora, una vez que he podido confirmar que éstas obras son pura y llanamente amor traducido, confirmado al estar enamorado yo mismo, sin excusas ni pretensiones.                       .